«Extraños en un tren» / Patricia Highsmith 1
La conciencia martillea a Guy Hines, el coprotagonista de “Extraños en un tren”. Como un Raskolnikov del siglo XX, el castigo por su delito es la consciencia de la culpa hasta el punto que la pena de la justicia mundana es apenas una consecuencia accesoria, porque la disyuntiva es de extrema necesidad: aniquilación completa o redención. Entre un personaje de Kafka, (como un Joseph K de los años cincuenta sometido a fuerzas irracionales que no entiende ni puede alcanzar a contrarrestar) y uno de Dostoyevski traza el personaje el inconmensurable talento de Patricia Highsmith.
A la escritora estadounidense puede aplicarse lo que un crítico ruso escribió del escritor ruso: es un “talento cruel” por los extremos torturados a los que lleva a sus personajes y de su mano, a los lectores.
Claro que Dostoyevski dota al combate moral que tiene lugar en la conciencia de un alcance trascendental que en Highsmith se desarrolla con absoluta mundanidad. No en vano, cien años separan a ambos escritores (con bicentenario y centenario respectivos este 2021), un siglo que es a estos efectos de la duración de un eternidad.

Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen
Tal vez por esta razón, el mal sobre el que escribe Highsmith es quizá más banal (en sus causas y en sus excusas, no en sus consecuencias), como corresponde a un siglo XX con cuya desacralización también se trivializa la maldad. En “Extraños en un tren” el crimen es inducido por un tarambana, un egocéntrico niño de mamá, de un narcisismo patológico; un psicópata que juega al crimen por aburrimiento y que lleva a Hynes a jugar la partida que le propone. En todo caso, si Raskolnikov pretende excusarse en que su objetivo es matar una idea o un concepto, Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen.
“Extraños en un tren” es una obra formidable en la que el lector se encuentra ante el interrogante de si cualquiera puede matar si tiene oportunidad y causa (o incluso si no la tiene); un lector que se ve en la perversa tesitura de sorprenderse incluso justificando un crimen o viendo con simpatía a su potencial autor, atrapado en una historia perturbadora.
Conviene de hecho introducir una caución en la comparación de los dos autores. Andre Gide advierte de que Dostoyevski, el motivo fundamental de los personajes es la voluntad de poder y que a estos los adorna una capacidad intelectual que define como diabólica. En Highsmith, lo diabólico es más bien la mera necesidad de diversión o de acción. El objetivo es un mero pasar los días entretenido en el que tan bien se desenvuelve un personaje que bien podría ser arquetípico como Tom Ripley.
En el tiempo transcurrido desde la escritura de la versión inicial del texto han aparecido las memorias de Patricia Highsmith, un libraco de mil y pico páginas en las que, al parecer, la escritora destila mala leche y despliega su superlativa capacidad literaria con sobreabundancia de capacidad corrosiva.
El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A sobreponerse a ella no ayuda la visión cotilla de
El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A vencerla no contribuye la perspectiva cotilla con la que no pocos medios han presentado una edición que -hay que suponer- supone un segura apuesta editorial. No me interesa profundizar en discutidos aspectos de la personalidad y la mentalidad de la escritora: ya habla por sus personajes.