El infierno es la memoria

Alexis Ravelo / «Un tipo con una bolsa en la cabeza»

El infierno de Gabriel Sánchez Santana no son los otros sino la memoria de los otros: los que ha traicionado, esquilmado, humillado, engañado o tutelado para beneficio propio. A punto de morir, repasa su vida entera, a cámara rápida, en un timelapse que es revelación de su averno. Gabriel Sánchez para el oficio legal de alcalde, Gabrielo para el poder real de cacique, está punto de palmarla asfixiado con una bolsa de basura en la cabeza: el órgano vital en el que reside la memoria arroja los desechos de una vida de corrupción mientras, a intervalos, trata de ingeniar alguna solución desesperada para tratar de sobrevivir o de hallar el culpable de su pronto adiós.

Alexis Ravelo construye en “Un tipo con una bolsa en la cabeza” un retrato telúrico de los caciques de ayer y hoy, una historia especular de otras cuantas reales en la España de las últimas décadas: la codicia de ayer ligada al desarrollo turístico y la especulación del suelo es herencia de una dinastía delictiva que pasa de la dictadura a la democracia, de la ley a la ley, adaptándose con gatopardiana habilidad a cambios jurídico-administrativos, sociales, económicos y delincuenciales.

El libro es un retrato telúrico de caciques de ayer y hoy

Estamos ante la historia de una atrición, de un arrepentimiento que se produce no por la conciencia de obrar mal y el firme propósito de enmienda sino por el temor, el miedo en este caso a ese castigo eterno que supone el recuerdo de las víctimas, de la plena consciencia del daño infligido por la avaricia: no cabe contrición perfecta en la corrupción, porque tiene como aliado al cinismo, que disfraza el enviciamiento propio de interés general y lo justifica en la aspiración a una recompensa que premie tanto sacrificio personal en el altar del progreso general.

Estamos ante un relato formidable, por la historia, por su construcción (tensión y ritmo para largo un monólogo interior conducido con nervio), por la siempre atractiva indagación en las motivaciones del delincuente y por la brillante disección de algunos de las patologías sociales y políticas que serán parte de la memoria de nuestro tiempo.


Alexis Ravelo fallecía este 30 de enero a los 51 años. La reseña de «Un tipo con una bolsa en la cabeza» (una extraordinaria historia y una no menos sobresaliente novela) fue publicada en Diario del Altoaragon el 2 de enero de 2021.

«Un tipo con una bolsa en la cabeza» está editada por Siruela.

Criminalidad de masas

Clásicos: Giorgio Scerbanenco

Con la civilización de masas también aparece la criminalidad de masas, escribe Giorgio Scerbanenco, y por tanto, la tarea policial se especializa en desentrañar organizaciones criminales. El autor italiano (de padre Ucraniano asesinado por los bolcheviques en su generosa práctica de la sangría revolucionaria, valga el pleonasmo) pone en el objetivo de su personaje Duca Damberti la “industria del meretricio” en el industrioso Milán de los años sesenta.

La vulgarización de vicios y malas costumbres que trae la masificación es el terreno abonado para las mafias de la trata de personas en los dos relatos que abren la serie de Lamberti, un exmédico que pierde su licencia, va a prisión por una eutanasia y termina por avatares de la existencia investigando tramas de proxenetismo a gran escala en “Venus Privada” y “Los milaneses matan en sábado”.

Scerbanenco, un clásico del ‘gialo” el ‘noir’ italiano, se confesaba seguidor de Moravia,  acérrimo incluso con una vehemencia futbolística  de modo que no le interesaba la forma, sino construir los libros con hechos, según dejó escrito en una reseña autobiográfica que acompaña al primero de sus libros. Y a fe que da ejemplo, con un estilo acerado, sin contemplaciones, destemplado a veces, pertubador siempre y sentencioso, con brillantes reflexiones. En todo caso valiente. También para huir del eufemismo y la delicadeza. Claro que escribió en otros tiempos ajenos a correcciones políticas cuyo lápiz rojo jalonaría de tachones la claridad expresiva de un autor y la contundencia de un personaje que pasa de tratar enfermedades físicas a combatir las morales.

Con zonas umbrosas y contradicciones, como queda dicho. Y si bien Lamberti obedece a motivaciones como el desprecio o la venganza, advierte de que los códigos penales, civiles y morales deben respetarse; y, en en todo caso, mejorarse o incluso cambiarse, pero deben cumplirse.


Giorgio Scerbanenco es uno de los más influyentes autores del ‘gialo’, caracterizado por su realista crudeza y su capacidad de indagar en los aspectos más oscuros de la naturaleza humana. Fue autor de más de 35 novelas, varias de las cuales han sido llevadas al cine. También ejerció de crítico de cine y periodista. En España sus obras están publicadas por Akal.

Somos nosotros, no el algoritmo

«Los reyes de la casa». Delphine de Vigan

El drama de una niña secuestrada sirve de hilo conductor de “Los reyes de la casa”, de Delphine de Vigan. La tragedia del secuestro, una desgracia sustancial para la vida de quien la sufre, es en cierta medida accidental en la novela; un catalizador para la historia, que trata sobre todo de exponer algunos de los profundos cambios sociales y de comportamiento que está produciendo la sobreexposición de nuestras vidas -en grados diferentes y con carácter de epidémico en algunos casos- a los medios de comunicación y las redes sociales. Hablamos de aquellas modificaciones que ya se perciben y de aquellas apenas intuidas.

La madre de la pequeña Kimmy pasa de frustrada joven concursante de telerrealidad a explotadora de la intimidad familiar en Youtube, convirtiendo a sus dos hijos, pese al obediente hartazgo de ambos, en figuras estelares de esa nueva figura -de vacua autoridad- que son los “influencers”.

Un rapto y la resolución del mismo cosen dos historias fundamentales: la familiar y la de la investigadora Clara Roussel, un personaje bien interesante que ofrece algunos aspectos si no originales sí en cierta medida diferenciales del perfil habitual del investigador en la novela negra-policial. 

Su levedad física contrasta con una determinación y una capacidad de trabajo poderosas; además, desempeña un cargo de segunda línea pero fundamental: ordenar la información, procesarla para darle coherencia, revisarla y dejarla pulida para el proceso judicial; una tarea que requiere de tomar distancia para avizorar lagunas en la investigación o plantear dudas donde otros ven infundadas certezas.

La corriente de fondo de la historia es el tránsito acelerado desde principios de siglo desde la exposición pública de las intimidades en programas de telerrealidad a la almoneda de las redes sociales. El tiempo de la narración es el pasado-presente de los hechos acontecidos y el camino recorrido hacia el hoy así como un futuro de medio plazo en el que la escritora juega a imaginar un impacto de las nuevas tecnologías que el inexorable avance de Inteligencia Artificial parece descontrolar, aunque su impacto en nuestras vidas pueda tener no poco de profecía autocumplida si vamos adaptando nuestras decisiones a las predicciones de los modelos de entrenamiento de las máquinas. 

Pudiera parecer un objetivo excesivamente ambicioso el que plantea de Vigan, pero su sencillez narrativa -al margen de pretenciosidades y complejidades estilísticas- el trazo coherente de la trama y la solidez de los personajes contribuyen a posibilitar una saludable reflexión sobre la sociedad a la que vamos.

También la escritora huye de mítines o sermones; los hechos hablan: antes de los algoritmos estábamos nosotros, con nuestros miedos, nuestra curiosidad, nuestra necesidad de ser admirados o acogidos al menos en comunidad, nuestro ego… pulsiones que los algoritmos aprovechan y sobreexplotan en lo que Gérald Bronner define como “circuito de recarga de las redes sociales”; un ecosistema de retroalimentación entre nuestro yo más atávico y el interés crematístico cuyo combustible es la atención de los usuarios, valor de mercado por el que compiten ferozmente para obtener rédito de sus datos, el oro del sistema.

Evita De Vigan emitir juicios morales sobre sus personajes, sobre los que arroja esa mirada comprensiva que también recomienda Bronner a la hora de afrontar análisis de las nuevas situaciones que vivimos. A fin de cuentas, nosotros estábamos antes que el algoritmo.


Apunto tres autores cuyas obras recomiendo vivamente y que he citado en el texto o han inspirado alguna de las reflexiones que apunto.

  • Helga Nowotny: “La fe en la inteligencia artificial”, en Galaxia Gutemberg.
  • Gérald Bronner: “Apocalipsis cognitivo”, en Paidós editorial.
  • Jaron Lanier: “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”.

Sinuosidades de alma y mente

Clásicos: Friedrich Dürrenmatt

«El juez y su verdugo» / «La promesa»

Resulta difícil hallar mayor capacidad para conjugar concisión y profundidad que la que atesora Friedrich Dürrenmatt. El centenario del nacimiento del escritor* -un autor multitarea que se dice ahora, con incursiones en el relato, la novela, o los guiones- supone una ocasión pintiparada para aproximarse a su obra. Tusquets reedita las obras policiacas de este maestro absoluto del género, un escritor que combina como pocos la precisión narrativa (cualidad destacable incluso en un suizo), el calado de su abordaje de aspectos capitales como la justicia o lo moral y sus estrechas relaciones, aunque muchas veces esquivas, y una proverbial sapiencia para administrar las dosis justas de lirismo.

En “El juez y su verdugo”, Dürrenmatt nos conduce por las sinuosidades de la mente y el alma mientras el comisario Bärlach recorre curvas y contracurvas de una carretera del macizo del Jura del mismo modo que serpentea por los meandros de un caso de asesinato.

Para Bärlach, se trata de castigar a un viejo conocido devenido en íntimo enemigo, para quien matar supone un particular juego, el reto de asesinar no ya sin ser acusado, sino en un riesgo mayor, evitando ser hallado culpable cuando incluso se figura como sospechoso principal. Para el comisario, el desafío de lograr la condena de su rival se convierte en la finalidad de su vida, incluso asumiendo un peligro propio: el de situarse en la linde de la moral y llegar a sobrepasarla.

Nada hay banal en Dürrenmatt. Los protagonistas de Dürrenmatt subliman sus motivaciones. No hay un prurito profesional, un vago patriotismo constitucional o un sentido de la justicia entendido como mera aplicación del código penal. Se enfrentan a un debe de justicia entendido como cuestión trascendental, como vocación hasta el punto que su aplicación excede incluso de la mera letra de la ley.

Si para Bärlach se trata casi de una ordalía, una cuestión de justicia divina o cósmica si se quiere, Matthäi, el protagonista de la fabulosa “La promesa” se compromete por su salvación, por la de su alma, habría de precisarse no vaya a ser que en este nihilocéntrico tiempo se entienda otra cosa más prosaica. En “La promesa” (un relato sobre el noir), encontrar al culpable supone la redención propia y la limpieza de la memoria del reo injustamente acusado, tarea a la que se entrega hasta apurar el cáliz.

En «El juez y su verdugo» el autor esconde sus cartas, las administra introduciendo con motivaciones prosaicas como la codicia o los celos o desliza el reato por momentos en la intriga de la geopolítica o el espionaje, en páginas que recuerdan al gran Graham Greene. Y advierte de que lo azaroso, lo imprevisible o lo aparentemente banal tienen una importancia capital en la resolución del crimen.

Por su parte, “La promesa” es la obra más conocida de Durrënmat, fue llevada al cine en dos ocasiones. Ambas películas estupendas; magnífica la versión española de Ladislao Wadja, con el título «El cebo» y participación en el guion del propio Dürrenmatt, quien posteriormente escribió la novela modificando el final. La película «El juramento», de Sean Penn y con Jack Nicholson de protagonista (en un reparto estelar) está directamente basada en el relato.


* El artículo que tuvo como borrador esta entrada fue publicado en Diario del AltoAragón el 30 de enero de 2021, coincidiendo con el centenario del nacimiento del autor.

Y matar sólo si es necesario

Serie de Tom Ripley / Patricia Highsmith 2

Tom Ripley es un tipo educado, respetuoso, un admirable buen vecino, discreto y colaborador: detesta matar; sólo mata si resulta estrictamente necesario.

El envés de esa hoja movida por el viento de la maldad es la mentira y la capacidad de manipulación. También lo adorna la envida. Nacido humilde, criado por una tía rácana, en el camino de Tom se cruza un acaudalado naviero con un hijo tarambana cuya suerte en la vida despecha Ripley, quien ambiciona primero su íntima amistad -con ambiguas aspiraciones- y luego su fortuna. Dickie Greanleaf es todo lo que Tom ambiciona y a ser Dickie, no sólo un sosias sino Dickie mismo, consagra Ripley por completo su talento para el mal.

Patricia Highsmith despliega el Tom Ripley toda su capacidad para escribir sobre las umbrías del alma humana con un personaje que compendia la renuencia de la hipermodernidad a asumir culpa alguna y su renuncia, por tanto, a la redención. Tom Ripley es todo un tratado de autojustificación, autonomía moral y narcisismo en un envoltorio de sofisticación y cultivo intelectual que en muchas ocasiones alcanza lo cursi. El mal en Ripley sólo es banal en apariencia.

Además, es un tipo suertudo. En las cinco novelas que Highsmith dedica a Tom Ripley, el personaje se mueve en precarios equilibrios. Siempre sale bien librado de la caída por una confluencia de habilidad y fortuna.

La serie comienza con la notable «El Talento de Mister Ripley», bien conocida porque ha sido llevada al cine en dos ocasiones. La primera de ellas, en la sobresaliente «A pleno sol» (1960) y la segunda, la no menos destacable «El talento de Míster Ripley» (1999) versión esta con menos licencias respecto al libro que la versión anterior. Suponen en todo caso sendos ejemplos de películas a la altura (de por sí elevada) de la obra literaria.

En «Las máscaras de Ripley», el talento del personaje para el engaño alcanza su cumbre y su riesgo en el cotexto del mercado del arte. Las maldades de Tom en estas dos novelas irán hilando los otros tres relatos (de nuevo, el pasado que siempre vuelve): «El amigo americano», «Tras los pasos de Ripley» (probablemente la más turbadora de las cinco a la altura tal vez de la inicial) y «Ripley en peligro», en la que la autora deja abierto a la imaginación del lector el futuro del personaje.

Los relatos ocupan varias décadas, de los años 50 a los 80. Ripley, sin embargo, permanece inalterado en su ánimo y en sus ademanes. No se echa en falta tampoco la evolución del personaje. Ni siquiera pareciera que -salvo por mínimos detalles- evolucionan paisaje y paisanaje: en cierta medida, la escritora nos presenta un adelantado a épocas posteriores, confirmando así la capacidad de la literatura para pulsar los signos de los tiempos. En la mitad de esos años, el 68 rompe los relatos sólidos, acaba con las heteronomías morales, disuelve los pegamentos comunitarios y empuja a sociedades que son una agregación de yoes. Para entonces, Ripley ya estaba ahí.

Matar por aburrimiento

«Extraños en un tren» / Patricia Highsmith 1

La conciencia martillea a Guy Hines, el coprotagonista de “Extraños en un tren”. Como un Raskolnikov del siglo XX, el castigo por su delito es la consciencia de la culpa hasta el punto que la pena de la justicia mundana es apenas una consecuencia accesoria, porque la disyuntiva es de extrema necesidad: aniquilación completa o redención. Entre un personaje de Kafka, (como un Joseph K de los años cincuenta sometido a fuerzas irracionales que no entiende ni puede alcanzar a contrarrestar) y uno de Dostoyevski traza el personaje el inconmensurable talento de Patricia Highsmith. 

A la escritora estadounidense puede aplicarse lo que un crítico ruso escribió del escritor ruso: es un “talento cruel” por los extremos torturados a los que lleva a sus personajes y de su mano, a los lectores.

Claro que Dostoyevski dota al combate moral que tiene lugar en la conciencia de un alcance trascendental que en Highsmith se desarrolla con absoluta mundanidad. No en vano, cien años separan a ambos escritores (con bicentenario y centenario respectivos este 2021), un siglo que es a estos efectos de la duración de un eternidad.

Ilustración realizada con Dall.e 2

Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen

Tal vez por esta razón, el mal sobre el que escribe Highsmith es quizá más banal (en sus causas y en sus excusas, no en sus consecuencias), como corresponde a un siglo XX con cuya desacralización también se trivializa la maldad. En “Extraños en un tren” el crimen es inducido por un tarambana, un egocéntrico niño de mamá, de un narcisismo patológico; un psicópata que juega al crimen por aburrimiento y que lleva a Hynes a jugar la partida que le propone. En todo caso, si Raskolnikov pretende excusarse en que su objetivo es matar una idea o un concepto, Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen.

“Extraños en un tren” es una obra formidable en la que el lector se encuentra ante el interrogante de si cualquiera puede matar si tiene oportunidad y causa (o incluso si no la tiene); un lector que se ve en la perversa tesitura de sorprenderse incluso justificando un crimen o viendo con simpatía a su potencial autor, atrapado en una historia perturbadora.


Conviene de hecho introducir una caución en la comparación de los dos autores. Andre Gide advierte de que Dostoyevski, el motivo fundamental de los personajes es la voluntad de poder y que a estos los adorna una capacidad intelectual que define como diabólica. En Highsmith, lo diabólico es más bien la mera necesidad de diversión o de acción. El objetivo es un mero pasar los días entretenido en el que tan bien se desenvuelve un personaje que bien podría ser arquetípico como Tom Ripley.

En el tiempo transcurrido desde la escritura de la versión inicial del texto han aparecido las memorias de Patricia Highsmith, un libraco de mil y pico páginas en las que, al parecer, la escritora destila mala leche y despliega su superlativa capacidad literaria con sobreabundancia de capacidad corrosiva.

El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A sobreponerse a ella no ayuda la visión cotilla de

El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A vencerla no contribuye la perspectiva cotilla con la que no pocos medios han presentado una edición que -hay que suponer- supone un segura apuesta editorial. No me interesa profundizar en discutidos aspectos de la personalidad y la mentalidad de la escritora: ya habla por sus personajes.

El noir es imitación

«Ocho asesinatos perfectos» / Peter Swanson

Si la vida es imitación, el crimen, la literatura y el noir lo son también por fuerza. Imitación, no copia; seguir el ejemplo de alguien a quien se admira o en quien se reconoce autoridad. En todo caso, copia recreada, variada, para hacer nuestros modelos ajenos.

“Ocho asesinatos perfectos” es perfecto ejemplo: una asunción de caminos andados por otros en quienes se reconoce grandeza literaria o, en el caso del criminal, sapiencia asesina. No copia, porque Peter Swanson utiliza materiales ajenos con formas propias, con un sello particular en una propuesta arriesgada -ofrecerse abiertamente a la comparación es un acto de valentía- que contiene un reto y un sincero reconocimiento.

El desafío consiste en escribir un crimen perfecto; una aspiración siempre latente en la novela negra. Lo que quiera que sea un crimen perfecto: aquel del cual no se conoce autoría o ese otro que conduce a un callejón judicial sin salida porque no se puede condenar al responsable. 

El homenaje en «Ocho asesinatos perfectos» se tributa a los grandes del género, cuyos nombres y cuya influencia estilística se traslucen en una novela no solo entretenida sino interesante por su planteamiento y, lógicamente, por su desenlace y los hechos que al mismo conducen. Despliega el autor un vasto conocimiento de escritores y títulos y elige, ajeno a intereses estilísticos, ese tipo de narrar sosegado de la novela policial primigenia que no es menos perturbador, porque en la aparente placidez también actúa el mal.

Late en la historia un respeto por la literatura y los libros del género criminal exento de idolotría, porque toma Swanson una saludable distancia y una cierta vis crítica sobre la desmesura comercial del fenómeno, con su inflación de títulos y una cierta fatuidad en la búsqueda de la originalidad y la influencia social.

La propia novela es un ejercicio de destilación bibliográfica, en una trama en la que un librero se ve impelido a investigar un serial criminal conducido a través de las obras recogidas en una entrada del blog de su establecimiento en el que recomienda, precisamente, ocho ejemplos de ficción con crímenes indescifrables.

Y sobre todas las virtudes de un libro estupendo figura el reconocimiento, clave además en “Ocho asesinatos perfectos”, al sombrío talento de Patricia Highsmith y la cumbre criminal que es “Extraños en un tren”.  

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Merece la pena regresar a Ricardo Piglia y ese pequeño tratado de novela policial que encontramos en «Los casos del comisario Croce» (especialmente, el relato que lleva por título «La Conferencia»). El pesquisa asiste a la charla de un escritor de historiales policiales y el conferenciante diserta sobre el crimen perfecto, utopía y negación -afirma- del género negro: los autores buscan el crimen perfecto que tiende a la ocultación y a permanecer sin resolver y, pese a su invisibilidad, se empeñan paradójicamente en reconstruirlo y en empeñarse en aclararlo.

En el principio fue el crimen

«Los casos del comisario Croce» / Ricardo Piglia

Si un clásico es un libro que el lector debe afrontar con el lápiz, tal y como dejó escrito George Steiner, probablemente el noir no pasará la prueba, aunque merece la pena leer a Fred Vargas o a Ricardo Piglia prestos a subrayar.

Prolifera un desaforado afán clasificatorio que rebosa internet de titulares replicados con propuestas de series sobre todo cuanto podamos imaginar. Suponen, por lo general, pretensiones canónicas.  En una serie dedicada a catalogar precisamente clásicos de la novela negra me topé con  “Crimen y Castigo”. La ubicación de esta obra cimera en los anaqueles de un subgénero tenido por ligero, como un entremés entre manjares o un entretenimiento piscinero, parecería en primera instancia o una frivolidad o ganas de retorcer.

Abona sin embargo una teoría que sostengo: que la novela policiacocriminal y el noir (cuyas diferencias de concepto dan para un luengo debate) pueden alcanzar altos vuelos literarios y que para sus mejores cultivadores, un crimen no es más que un pretexto para hablar de otras cosas y, en particular, de los abismos del alma humana; una excusa para contar historias, con desnudo sustantivo, que nos expliquen el mundo. O para evadirnos, que no es sino otra manera de entenderlo. Lo demás, como las etiquetas, son artificios.

«Siempre ha habido crímenes y descifradodores de enigmas»

Ricardo Piglia

En unos anaqueles sobresaturados de fajas negras, hay que andar con tiento y tino para encontrar alturas literarias, aunque cada lector tiene su canon, definitivo e indiscutible . 

Con todo, tal vez podemos estar de acuerdo en que en el principio fue el crimen. Porque «siempre ha habido crímenes y descifradores de enigmas”, ya en Homero y en la Biblia. Así se lo cuenta al comisario Croce a un viejo escritor una tarde de 1954. Asistía el entonces joven detective a una conferencia cuyo objeto eran precisamente sus  afamados métodos, particularmente intuitivos. “Los casos del Comisario Croce”, la obra póstuma de Ricardo Piglia, reúne en doce relatos un catón del género, probablemente sin pretenderlo, mientras acompaña al ‘pesquisa’ en un vagabundeo deductivo, una contradicción sólo aparente; un proceder engañosamente desvariado que convierten a autor y personaje en señeros.


Esta entrada, en una versión con ciertas modificaciones para el papel, fue publicada como presentación de la sección, el sábado 8 de febrero de 2020 en Diario del Altoaragón.

He sido incapaz de recuperar la cita que incluyo de George Steiner, pero es suya, como he comprobado en otras fuentes. Creí que corresponde a su libro «Errata» (Siruela,2009) , aunque no la encuentro. En esa obra sí dedica unas profundas reflexiones al clasicismo en el arte. Refiere el erudito que es aquello que nos lee, nos cuestiona, tiene un valor por sí mismo y en su espacio propio fructifica.