El infierno es la memoria

Alexis Ravelo / «Un tipo con una bolsa en la cabeza»

El infierno de Gabriel Sánchez Santana no son los otros sino la memoria de los otros: los que ha traicionado, esquilmado, humillado, engañado o tutelado para beneficio propio. A punto de morir, repasa su vida entera, a cámara rápida, en un timelapse que es revelación de su averno. Gabriel Sánchez para el oficio legal de alcalde, Gabrielo para el poder real de cacique, está punto de palmarla asfixiado con una bolsa de basura en la cabeza: el órgano vital en el que reside la memoria arroja los desechos de una vida de corrupción mientras, a intervalos, trata de ingeniar alguna solución desesperada para tratar de sobrevivir o de hallar el culpable de su pronto adiós.

Alexis Ravelo construye en “Un tipo con una bolsa en la cabeza” un retrato telúrico de los caciques de ayer y hoy, una historia especular de otras cuantas reales en la España de las últimas décadas: la codicia de ayer ligada al desarrollo turístico y la especulación del suelo es herencia de una dinastía delictiva que pasa de la dictadura a la democracia, de la ley a la ley, adaptándose con gatopardiana habilidad a cambios jurídico-administrativos, sociales, económicos y delincuenciales.

El libro es un retrato telúrico de caciques de ayer y hoy

Estamos ante la historia de una atrición, de un arrepentimiento que se produce no por la conciencia de obrar mal y el firme propósito de enmienda sino por el temor, el miedo en este caso a ese castigo eterno que supone el recuerdo de las víctimas, de la plena consciencia del daño infligido por la avaricia: no cabe contrición perfecta en la corrupción, porque tiene como aliado al cinismo, que disfraza el enviciamiento propio de interés general y lo justifica en la aspiración a una recompensa que premie tanto sacrificio personal en el altar del progreso general.

Estamos ante un relato formidable, por la historia, por su construcción (tensión y ritmo para largo un monólogo interior conducido con nervio), por la siempre atractiva indagación en las motivaciones del delincuente y por la brillante disección de algunos de las patologías sociales y políticas que serán parte de la memoria de nuestro tiempo.


Alexis Ravelo fallecía este 30 de enero a los 51 años. La reseña de «Un tipo con una bolsa en la cabeza» (una extraordinaria historia y una no menos sobresaliente novela) fue publicada en Diario del Altoaragon el 2 de enero de 2021.

«Un tipo con una bolsa en la cabeza» está editada por Siruela.

Criminalidad de masas

Clásicos: Giorgio Scerbanenco

Con la civilización de masas también aparece la criminalidad de masas, escribe Giorgio Scerbanenco, y por tanto, la tarea policial se especializa en desentrañar organizaciones criminales. El autor italiano (de padre Ucraniano asesinado por los bolcheviques en su generosa práctica de la sangría revolucionaria, valga el pleonasmo) pone en el objetivo de su personaje Duca Damberti la “industria del meretricio” en el industrioso Milán de los años sesenta.

La vulgarización de vicios y malas costumbres que trae la masificación es el terreno abonado para las mafias de la trata de personas en los dos relatos que abren la serie de Lamberti, un exmédico que pierde su licencia, va a prisión por una eutanasia y termina por avatares de la existencia investigando tramas de proxenetismo a gran escala en “Venus Privada” y “Los milaneses matan en sábado”.

Scerbanenco, un clásico del ‘gialo” el ‘noir’ italiano, se confesaba seguidor de Moravia,  acérrimo incluso con una vehemencia futbolística  de modo que no le interesaba la forma, sino construir los libros con hechos, según dejó escrito en una reseña autobiográfica que acompaña al primero de sus libros. Y a fe que da ejemplo, con un estilo acerado, sin contemplaciones, destemplado a veces, pertubador siempre y sentencioso, con brillantes reflexiones. En todo caso valiente. También para huir del eufemismo y la delicadeza. Claro que escribió en otros tiempos ajenos a correcciones políticas cuyo lápiz rojo jalonaría de tachones la claridad expresiva de un autor y la contundencia de un personaje que pasa de tratar enfermedades físicas a combatir las morales.

Con zonas umbrosas y contradicciones, como queda dicho. Y si bien Lamberti obedece a motivaciones como el desprecio o la venganza, advierte de que los códigos penales, civiles y morales deben respetarse; y, en en todo caso, mejorarse o incluso cambiarse, pero deben cumplirse.


Giorgio Scerbanenco es uno de los más influyentes autores del ‘gialo’, caracterizado por su realista crudeza y su capacidad de indagar en los aspectos más oscuros de la naturaleza humana. Fue autor de más de 35 novelas, varias de las cuales han sido llevadas al cine. También ejerció de crítico de cine y periodista. En España sus obras están publicadas por Akal.

Somos nosotros, no el algoritmo

«Los reyes de la casa». Delphine de Vigan

El drama de una niña secuestrada sirve de hilo conductor de “Los reyes de la casa”, de Delphine de Vigan. La tragedia del secuestro, una desgracia sustancial para la vida de quien la sufre, es en cierta medida accidental en la novela; un catalizador para la historia, que trata sobre todo de exponer algunos de los profundos cambios sociales y de comportamiento que está produciendo la sobreexposición de nuestras vidas -en grados diferentes y con carácter de epidémico en algunos casos- a los medios de comunicación y las redes sociales. Hablamos de aquellas modificaciones que ya se perciben y de aquellas apenas intuidas.

La madre de la pequeña Kimmy pasa de frustrada joven concursante de telerrealidad a explotadora de la intimidad familiar en Youtube, convirtiendo a sus dos hijos, pese al obediente hartazgo de ambos, en figuras estelares de esa nueva figura -de vacua autoridad- que son los “influencers”.

Un rapto y la resolución del mismo cosen dos historias fundamentales: la familiar y la de la investigadora Clara Roussel, un personaje bien interesante que ofrece algunos aspectos si no originales sí en cierta medida diferenciales del perfil habitual del investigador en la novela negra-policial. 

Su levedad física contrasta con una determinación y una capacidad de trabajo poderosas; además, desempeña un cargo de segunda línea pero fundamental: ordenar la información, procesarla para darle coherencia, revisarla y dejarla pulida para el proceso judicial; una tarea que requiere de tomar distancia para avizorar lagunas en la investigación o plantear dudas donde otros ven infundadas certezas.

La corriente de fondo de la historia es el tránsito acelerado desde principios de siglo desde la exposición pública de las intimidades en programas de telerrealidad a la almoneda de las redes sociales. El tiempo de la narración es el pasado-presente de los hechos acontecidos y el camino recorrido hacia el hoy así como un futuro de medio plazo en el que la escritora juega a imaginar un impacto de las nuevas tecnologías que el inexorable avance de Inteligencia Artificial parece descontrolar, aunque su impacto en nuestras vidas pueda tener no poco de profecía autocumplida si vamos adaptando nuestras decisiones a las predicciones de los modelos de entrenamiento de las máquinas. 

Pudiera parecer un objetivo excesivamente ambicioso el que plantea de Vigan, pero su sencillez narrativa -al margen de pretenciosidades y complejidades estilísticas- el trazo coherente de la trama y la solidez de los personajes contribuyen a posibilitar una saludable reflexión sobre la sociedad a la que vamos.

También la escritora huye de mítines o sermones; los hechos hablan: antes de los algoritmos estábamos nosotros, con nuestros miedos, nuestra curiosidad, nuestra necesidad de ser admirados o acogidos al menos en comunidad, nuestro ego… pulsiones que los algoritmos aprovechan y sobreexplotan en lo que Gérald Bronner define como “circuito de recarga de las redes sociales”; un ecosistema de retroalimentación entre nuestro yo más atávico y el interés crematístico cuyo combustible es la atención de los usuarios, valor de mercado por el que compiten ferozmente para obtener rédito de sus datos, el oro del sistema.

Evita De Vigan emitir juicios morales sobre sus personajes, sobre los que arroja esa mirada comprensiva que también recomienda Bronner a la hora de afrontar análisis de las nuevas situaciones que vivimos. A fin de cuentas, nosotros estábamos antes que el algoritmo.


Apunto tres autores cuyas obras recomiendo vivamente y que he citado en el texto o han inspirado alguna de las reflexiones que apunto.

  • Helga Nowotny: “La fe en la inteligencia artificial”, en Galaxia Gutemberg.
  • Gérald Bronner: “Apocalipsis cognitivo”, en Paidós editorial.
  • Jaron Lanier: “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”.

Sinuosidades de alma y mente

Clásicos: Friedrich Dürrenmatt

«El juez y su verdugo» / «La promesa»

Resulta difícil hallar mayor capacidad para conjugar concisión y profundidad que la que atesora Friedrich Dürrenmatt. El centenario del nacimiento del escritor* -un autor multitarea que se dice ahora, con incursiones en el relato, la novela, o los guiones- supone una ocasión pintiparada para aproximarse a su obra. Tusquets reedita las obras policiacas de este maestro absoluto del género, un escritor que combina como pocos la precisión narrativa (cualidad destacable incluso en un suizo), el calado de su abordaje de aspectos capitales como la justicia o lo moral y sus estrechas relaciones, aunque muchas veces esquivas, y una proverbial sapiencia para administrar las dosis justas de lirismo.

En “El juez y su verdugo”, Dürrenmatt nos conduce por las sinuosidades de la mente y el alma mientras el comisario Bärlach recorre curvas y contracurvas de una carretera del macizo del Jura del mismo modo que serpentea por los meandros de un caso de asesinato.

Para Bärlach, se trata de castigar a un viejo conocido devenido en íntimo enemigo, para quien matar supone un particular juego, el reto de asesinar no ya sin ser acusado, sino en un riesgo mayor, evitando ser hallado culpable cuando incluso se figura como sospechoso principal. Para el comisario, el desafío de lograr la condena de su rival se convierte en la finalidad de su vida, incluso asumiendo un peligro propio: el de situarse en la linde de la moral y llegar a sobrepasarla.

Nada hay banal en Dürrenmatt. Los protagonistas de Dürrenmatt subliman sus motivaciones. No hay un prurito profesional, un vago patriotismo constitucional o un sentido de la justicia entendido como mera aplicación del código penal. Se enfrentan a un debe de justicia entendido como cuestión trascendental, como vocación hasta el punto que su aplicación excede incluso de la mera letra de la ley.

Si para Bärlach se trata casi de una ordalía, una cuestión de justicia divina o cósmica si se quiere, Matthäi, el protagonista de la fabulosa “La promesa” se compromete por su salvación, por la de su alma, habría de precisarse no vaya a ser que en este nihilocéntrico tiempo se entienda otra cosa más prosaica. En “La promesa” (un relato sobre el noir), encontrar al culpable supone la redención propia y la limpieza de la memoria del reo injustamente acusado, tarea a la que se entrega hasta apurar el cáliz.

En «El juez y su verdugo» el autor esconde sus cartas, las administra introduciendo con motivaciones prosaicas como la codicia o los celos o desliza el reato por momentos en la intriga de la geopolítica o el espionaje, en páginas que recuerdan al gran Graham Greene. Y advierte de que lo azaroso, lo imprevisible o lo aparentemente banal tienen una importancia capital en la resolución del crimen.

Por su parte, “La promesa” es la obra más conocida de Durrënmat, fue llevada al cine en dos ocasiones. Ambas películas estupendas; magnífica la versión española de Ladislao Wadja, con el título «El cebo» y participación en el guion del propio Dürrenmatt, quien posteriormente escribió la novela modificando el final. La película «El juramento», de Sean Penn y con Jack Nicholson de protagonista (en un reparto estelar) está directamente basada en el relato.


* El artículo que tuvo como borrador esta entrada fue publicado en Diario del AltoAragón el 30 de enero de 2021, coincidiendo con el centenario del nacimiento del autor.

Y matar sólo si es necesario

Serie de Tom Ripley / Patricia Highsmith 2

Tom Ripley es un tipo educado, respetuoso, un admirable buen vecino, discreto y colaborador: detesta matar; sólo mata si resulta estrictamente necesario.

El envés de esa hoja movida por el viento de la maldad es la mentira y la capacidad de manipulación. También lo adorna la envida. Nacido humilde, criado por una tía rácana, en el camino de Tom se cruza un acaudalado naviero con un hijo tarambana cuya suerte en la vida despecha Ripley, quien ambiciona primero su íntima amistad -con ambiguas aspiraciones- y luego su fortuna. Dickie Greanleaf es todo lo que Tom ambiciona y a ser Dickie, no sólo un sosias sino Dickie mismo, consagra Ripley por completo su talento para el mal.

Patricia Highsmith despliega el Tom Ripley toda su capacidad para escribir sobre las umbrías del alma humana con un personaje que compendia la renuencia de la hipermodernidad a asumir culpa alguna y su renuncia, por tanto, a la redención. Tom Ripley es todo un tratado de autojustificación, autonomía moral y narcisismo en un envoltorio de sofisticación y cultivo intelectual que en muchas ocasiones alcanza lo cursi. El mal en Ripley sólo es banal en apariencia.

Además, es un tipo suertudo. En las cinco novelas que Highsmith dedica a Tom Ripley, el personaje se mueve en precarios equilibrios. Siempre sale bien librado de la caída por una confluencia de habilidad y fortuna.

La serie comienza con la notable «El Talento de Mister Ripley», bien conocida porque ha sido llevada al cine en dos ocasiones. La primera de ellas, en la sobresaliente «A pleno sol» (1960) y la segunda, la no menos destacable «El talento de Míster Ripley» (1999) versión esta con menos licencias respecto al libro que la versión anterior. Suponen en todo caso sendos ejemplos de películas a la altura (de por sí elevada) de la obra literaria.

En «Las máscaras de Ripley», el talento del personaje para el engaño alcanza su cumbre y su riesgo en el cotexto del mercado del arte. Las maldades de Tom en estas dos novelas irán hilando los otros tres relatos (de nuevo, el pasado que siempre vuelve): «El amigo americano», «Tras los pasos de Ripley» (probablemente la más turbadora de las cinco a la altura tal vez de la inicial) y «Ripley en peligro», en la que la autora deja abierto a la imaginación del lector el futuro del personaje.

Los relatos ocupan varias décadas, de los años 50 a los 80. Ripley, sin embargo, permanece inalterado en su ánimo y en sus ademanes. No se echa en falta tampoco la evolución del personaje. Ni siquiera pareciera que -salvo por mínimos detalles- evolucionan paisaje y paisanaje: en cierta medida, la escritora nos presenta un adelantado a épocas posteriores, confirmando así la capacidad de la literatura para pulsar los signos de los tiempos. En la mitad de esos años, el 68 rompe los relatos sólidos, acaba con las heteronomías morales, disuelve los pegamentos comunitarios y empuja a sociedades que son una agregación de yoes. Para entonces, Ripley ya estaba ahí.

Matar por aburrimiento

«Extraños en un tren» / Patricia Highsmith 1

La conciencia martillea a Guy Hines, el coprotagonista de “Extraños en un tren”. Como un Raskolnikov del siglo XX, el castigo por su delito es la consciencia de la culpa hasta el punto que la pena de la justicia mundana es apenas una consecuencia accesoria, porque la disyuntiva es de extrema necesidad: aniquilación completa o redención. Entre un personaje de Kafka, (como un Joseph K de los años cincuenta sometido a fuerzas irracionales que no entiende ni puede alcanzar a contrarrestar) y uno de Dostoyevski traza el personaje el inconmensurable talento de Patricia Highsmith. 

A la escritora estadounidense puede aplicarse lo que un crítico ruso escribió del escritor ruso: es un “talento cruel” por los extremos torturados a los que lleva a sus personajes y de su mano, a los lectores.

Claro que Dostoyevski dota al combate moral que tiene lugar en la conciencia de un alcance trascendental que en Highsmith se desarrolla con absoluta mundanidad. No en vano, cien años separan a ambos escritores (con bicentenario y centenario respectivos este 2021), un siglo que es a estos efectos de la duración de un eternidad.

Ilustración realizada con Dall.e 2

Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen

Tal vez por esta razón, el mal sobre el que escribe Highsmith es quizá más banal (en sus causas y en sus excusas, no en sus consecuencias), como corresponde a un siglo XX con cuya desacralización también se trivializa la maldad. En “Extraños en un tren” el crimen es inducido por un tarambana, un egocéntrico niño de mamá, de un narcisismo patológico; un psicópata que juega al crimen por aburrimiento y que lleva a Hynes a jugar la partida que le propone. En todo caso, si Raskolnikov pretende excusarse en que su objetivo es matar una idea o un concepto, Hynes mata para acallar sus miedos burgueses y el tedio vital al que puede arrojar la abundancia material que conduce al vacío existencial y que empuja finalmente, como ante un precipicio, a la búsqueda de extremas emociones por la vía del crimen.

“Extraños en un tren” es una obra formidable en la que el lector se encuentra ante el interrogante de si cualquiera puede matar si tiene oportunidad y causa (o incluso si no la tiene); un lector que se ve en la perversa tesitura de sorprenderse incluso justificando un crimen o viendo con simpatía a su potencial autor, atrapado en una historia perturbadora.


Conviene de hecho introducir una caución en la comparación de los dos autores. Andre Gide advierte de que Dostoyevski, el motivo fundamental de los personajes es la voluntad de poder y que a estos los adorna una capacidad intelectual que define como diabólica. En Highsmith, lo diabólico es más bien la mera necesidad de diversión o de acción. El objetivo es un mero pasar los días entretenido en el que tan bien se desenvuelve un personaje que bien podría ser arquetípico como Tom Ripley.

En el tiempo transcurrido desde la escritura de la versión inicial del texto han aparecido las memorias de Patricia Highsmith, un libraco de mil y pico páginas en las que, al parecer, la escritora destila mala leche y despliega su superlativa capacidad literaria con sobreabundancia de capacidad corrosiva.

El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A sobreponerse a ella no ayuda la visión cotilla de

El voluminoso volumen provoca una profunda pereza. A vencerla no contribuye la perspectiva cotilla con la que no pocos medios han presentado una edición que -hay que suponer- supone un segura apuesta editorial. No me interesa profundizar en discutidos aspectos de la personalidad y la mentalidad de la escritora: ya habla por sus personajes.

La zona gris de Schiavone

Serie del comisario Schiavone / Antonio Manzini

Tiene mucho de retador la serie del comisario Schiavone, un desafío al orden y a sus fuerzas, que para el escritor Antonio Manzini no esconden sino injusticia y corrupción; o corruptelas, siendo benevolente. Rocco Schiavone mantiene un duelo desigual con el sistema, frente al que opone un particular sentido justiciero, con ambos pies en la zona gris que separa lo legal de lo ilegal; una franja  umbrosa en la que a menudo los fines justifican los medios.

Pocos personajes deben haberse dado en la novela negra más bordes que Rocco Schiavone. Su creador, Antonio Manzini, no solo ha parido un personaje malhumorado, protestón (su lista de graduación de  “tocadas de cojones”  no para de crecer), hiriente, maleducado sino que no tiene traza alguna de buscar la complacencia del lector. Y precisamente porque el subjefe de la Policía de Aosta no se oculta y se comporta siempre con tanta evidencia como el olor a porros de su despacho, resulta atractivo e incluso se deja querer.

Schiavone arrastra una historia familiar de dificultades económicas en un barrio humilde de Roma, un pasado de pandilla delincuencial a la que profesa devoción y fidelidad, un respeto por el ratero o el ladrón de poca monta directamente proporcional al asco por el crimen organizado, oficial o mafioso.

Pero tras su carácter avinagrado se esconde una vida de tragedias personales que Manzini va exponiendo a lo largo de la serie de las cinco historias que preceden a su más reciente lanzamiento: «Polvo y sombra».

Los relatos de Schiavone comienzan con el destierro a un valle Alpino del policía romano por un oscuro asunto que termina por agotar la paciencia de unos jefes que soportan a Schiavone por una eficacia en la resolución del delito fuera de toda duda. Se presenta en “Pista negra” el bosquejo del persona, con su tendencia a derrochar vitriolo, su vestimenta tan ajena a la montaña ( sucesivos pares de zapatos Clark’s destrozado por la nieve, su inevitable Loden), y su costumbre de clasificar a las personas según rasgos y comportamientos que los asemejan a animales) y en “7 / 07 /2007”, la quinta historia, cierra un proceso en el que concluye el perfil de Schiavone a la búsqueda de sí mismo, de su redención, del equilibrio para su espíritu sin tratar de huir de un pasado que, por otra parte, no dejará de perseguirlo. Pese al dolor de sus ataduras romanas, ni quiere el destierro ni lo considera una oportunidad. Lo suyo es regresar.

Se lo comparado con Montalbano como referencia. Si bien en un inicio pueden observarse ciertas herencias de carácter, Manzini ha creado un personaje más oscuro y menos vitalista que Camilleri, de cuyo magisterio ha aprendido, y con altísima nota, el dificilísimo arte de cuadrar los diálogos. 


El zapeo puede ser un saludable ejercicio de descubrimiento antes que un vicio o un síntoma de aburrimiento mortal ante la tele. En una de las sesiones descubrí que existe una serie basada en el personaje y los relatos de Manzini: «Rocco». No la he visto, por el momento. Sí aprovecho para rescatar este texto sobre uno de los detectives mejor trazados y más interesantes con los que me he topado en los últimos años. Desde que fue escrita la reseña, hace dos veranos, las librerías cuentan con un un nuevo Shiavone: «El anillo perdido», un libro con cinco relatos.

Conflictos fraternos

Los conflictos fraternos pueblan la literatura, sacra o profana, como arquetipo moralizador. Como referencia nada gratuita, Georges Simenon acude al veterotestamentario relato de Esaú y Jacob para el trágico final de “El fondo de la botella”, una potente historia de despechos atávicos entre hermanos -con la figura del padre en la memoria- y de pasados aparentemente olvidados pero que, mal cerrados, retornan para sacudir una vida acomodada con más sombras que luces.

La aparición repentina de un hermano fugado de presidio sacude el confort de un hacendado en la Arizona fronteriza con México, un territorio que en el periodo posterior a la II Guerra Mundial parecía más permeable de lo que pudiera ser hoy y en el que sólo los caudales de ríos desatados por lluvias torrenciales conformaban una barrera física entre dos mundos lindantes pero abismalmente separados por condiciones de vida.

Una simple mentira de conveniencia, casi una mentira piadosa, y en ansia de novedad en una aburrida comunidad de prósperos ganaderos provoca un cataclismo en la vida del protagonista de incalculables consecuencias.

En cada página, incluso en las más banales en apariencia, permanece la intriga y la constante tensión de la sospecha

El reencuentro remueve los posos del fondo de la botella de una vida estable y agita un destilado de odios, cautelas, prejuicios e ignorancias mutuas. Al final, en la conciencia del hermano acomodado -de interesada flaca memoria- martillea la ancestral pregunta por la suerte del hermano, hijo de tu padre: qué es de él y de su destino, qué vas a hacer por él, qué responsabilidad tienes sobre su desventura. Simenon dicta su magisterio en un relato que condensa una capacidad evocadora colosal de asuntos capitales de la existencia humana. En cada página, incluso en las más banales en apariencia, permanece la intriga y la constante tensión de la sospecha.

Hace falta un dominio fuera de lo común de las claves del género y una capacidad narrativa sobresaliente para lograr la profundidad en una simplicidad que no supone, ni de lejos, mera simpleza sino un difícil despojo de ornamentos, circunloquios y vanidades varias.


“El fondo de la botella” forma parte de una edición conjunta de relatos de Simenon   que han lanzado en feliz hermandad Acantilado y Anagrama y que en un primer lanzamiento incluye dos relatos estadounidenses y un tercero del inspector Maigret.

En Vozpópuli se publicaba recientemente este estupendo artículo sobre Simenon y la iniciativa editorial arriba comentada: «Georges Simenon, el hombre que hizo siempre la misma pregunta».

Trufa «noir»

«Trufas para el comisario» / Pierre Magnan

“¡Cuando la brújula señala la idea fija, todo es posible!”, razona el comisario Laviolette al explicar ocho crímenes a su circunstancial amante en Banon, un pueblo de la Alta Provenza. Y los polos de la obsesión que fija la aguja del móvil suelen ser el dinero o el sexo, o ambos a la vez. 

Con estos presupuestos, Laviolette, trata de desentrañar el “aspecto razonable” bajo el que se oculta el criminal, su “máscara cotidiana”.

A Banon llega enviado discretamente para apoyar a la Gendarmería por la desaparición de cinco jóvenes burgueses que huyen de su hartazgo vital en una comuna okupa y que redimen sus malas conciencias de niños bien entre porros y seudofilosofías orientales.

Laviolette, paciente y sagaz, trata de absorber el ambiente local, aprehender códigos particulares, enemistades seculares, costumbres ancestrales, normas no escritas, convencido de la observación sosegada hallará las respuestas.

Un desconocido autor francés, Pierre Magnan (1922-2012), ha visto editada por primera vez en España una de las obras que le dio fama en el género policial: “Trufas para el comisario”. Magnon dota a su historia de un particular estilo de fina socarronería, con un cierto aroma de realismo mágico y una capacidad extraordinaria de manejar el ritmo narrativo para dejar al lector prendido de la historia sin trapacerías ni recursos fáciles.

En Magnan se percibe un especial respeto por el mundo rural y a quienes lo preservan

“Trufas para el comisario” deja pasaje memorables, en la narración del primer crimen, en el relato de una accidentada noche de inmisericorde nevada, en la resolución de la trama o en la descripción de los personajes de Banon llevada de la mano de Alyre Morelon, propietario de un tesoro: una cerda con un prodigioso olfato trufero con la que mantiene unos tronchares diálogos imaginarios y que será clave en la resolución del caso.

En Magnon se percibe un especial respeto por el mundo rural y a quienes lo preservan y no oculta en su historia un cierto desdén por los urbanistas que acuden al agro a proclamar lecciones morales y vivir por el morro.

«Trufas para el comisario»

Pierre Magnan

Siruela

El pelotón y el noir (algunas sugerencias)

Aunque el fútbol haya sido denostado por finos intelectuales con alergia al sudor ajeno, la épica del balompié y sus circunstancias atraen a numerosos escritores, que pasean sus afiliaciones por redes sociales y columnas. Por supuesto, en las filas del periodismo deportivo militan virtuosos de la pluma que cultivan la crónica con brillantez literaria. Pero más allá, el encuentro entre el pelotón y las letras ha tenido lugar también en relatos -de novela- sobre asuntos turbios. No es el noir futbolístico un abundante subgénero del género (que se sepa o que servidor conozca), pero ha deparado algunas notables historias e incluso series detectivescas reseñables.

Probablemente el caso de mayor fama sea el del conspicuo culé Manuel Vázquez Montalbán, cronista de su Barcelona particular y afilado columnista, amén de padre literario del merecidamente famoso Pepe Carvalho. El agudo detective se mueve en “El delantero centro fue asesinado al atardecer” en las zonas umbrosas de un negocio multimillonario y de un postinero club de ficción pero con reminiscencias bien reconocibles.

No es el único escenario para el caso, porque las aguas turbias en las que se sumerge Carvalho tienen su relato especular en un club del fútbol modesto.

El encuentro entre el pelotón y las letras ha tenido lugar también en relatos -de novela- sobre asuntos turbios.

También de evidentes referencias en el fútbol real y con una víctima que recuerda nítidamente a un entrenador tan odiado como admirado es “Mercado de invierno”, de Philip Kerr (creador del simpar Bernie Gunther). En este caso, el eventual investigador es Scott Manson, un entrenador segundón que se muestra como un lince de las pesquisas. La prematura muerte de Kerr no solo dejó huérfanos literarios a la legión de seguidores de Gunther sino que interrumpió en el tercer libro la prometedora serie de Manson.

Y para completar el tridente, el aragonés Miguel Mena. Ya pasaron por estos renglo- nes dos estupendos libros: “Todas las miradas del mundo”, con el Mundial 82 como escenario, y “Días sin tregua”. El inspector Mainar investiga sendos secuestros: el de un jugador de Nueva Zelanda y el del recordado y admirado Enrique Castro Quini.


Esta entrada fue publicada en Diario del Altoaragón el 5 de septiembre de 2020, a punto de comenzar La Liga, primera pospandemia y con mi Sociedad Deportiva Huesca en la competición.

Por si hiciera falta recordarlo, Bernie Gunther, inspector de la Kripo durante la República de Weimar y el régimen nazi, es uno de los personajes más redondos de la novela policial. Su fabulosa serie convirtió a Kerr en uno de los más grandes del género.